Delirio de Amor
- María Beatriz Tellería
- 6 feb 2019
- 3 Min. de lectura
Pocas veces él había estado en una situación similar. Le resultaba cada vez más difícil contener ese torbellino de emociones inquietantes, que la joven paciente de los martes a las cuatro de la tarde, despertaba cada semana que acudía a su consultorio.
Horacio era un excelente profesional de la salud mental, amaba lo que hacía, le dedicaba horas al estudio y a la investigación sobre todo cuando le tocaba abordar casos complejos y conflictivos. Respetuoso de las reglas básicas de no involucramiento con sus pacientes, buscaba la distancia cercanía óptima para resonar empáticamente con cada uno.
Había cruzado ya la barrera de los 60 aunque su aspecto saludable y jovial le hacía parecer de menor edad. Con sólo 2 años de viudez de quien fuera su mujer durante casi 27, en la actualidad alternaba entre su trabajo y su otra pasión: el teatro. Solía escribía cada tanto alguna obra que él mismo luego dirigía, exponiéndola en el ámbito independiente. Amigo de sus amigos, abuelo juguetón, compañero de sus dos hijos varones, hábil cazador de los momentos buenos que la vida le ofrecía.
Profesionalmente sabía que podría haberla derivado a otro colega, aludiendo algún motivo que sonara razonable mas no lo había hecho y ahora que estaban transitando las últimas sesiones no tenía sentido. Ambos simulaban jugar los roles que el espacio imponía: el de terapeuta y el de paciente. El había logrado sacarla del pozo sombrío en el que estaba cuando la recibiera tras una derivación psiquiátrica. Malena, hija de la orfandad acarreaba una historia de vínculos abandónicos que habían acrecentado su sensación de desvalidez desencadenando un cuadro depresivo que la llevara a un intento de suicidio. Después vendría la breve internación y a la salida, el tratamiento con el Lic. Horacio Gómez Lucero.
En cuanto la vio pensó: esta joven es una criatura angelada y con minuciosidad artesanal como quien cuida una delicada piedra preciosa, fue reparando paulatina y progresivamente ese interior fragmentado. ¿Cómo no correr los velos que ocultaba tamaña riqueza? - pensaba Horacio en cada intervención en la que reconstruía amorosamente su validación y estima. Así ella supo lo que era una mirada de afecto, todo lo que podía generar una palabra alentadora, un consuelo ante el dolor, una guía asertiva.__ Usted es mi lucero del alba, la estrella que hace guardia para iluminar mis pasos en esta etapa de mi vida- le decía Malena cuando agradecida se despedía cada martes por la tarde.
El comprendía que en la transferencia esa relación terapéutica varios ropajes investía según la ocasión: a veces hacía de padre, otras de hermano mayor, de maestro, hasta de hombre que vacilaba ante su seducción. Conocía muy bien el contenido de esta dramaturgia existencial que pronto bajaría el último telón.
Entonces se animó, se arriesgó perdiendo el control de su propio dominio y la invitó a la obra que estrenaría la semana siguiente al alta del tratamiento. ___Sería muy grato para mí que asistieras -le expresó Horacio – y lo tomaríamos como la instancia final de un camino compartido. __Claro que sí!!! estaré aplaudiendo en primera fila - exclamó Malena. Viendo a mi Lucero recordaré que en las estrellas está el límite. ¿Cómo se titula la obra, Horacio?__ “Delirio de amor”- respondió ruborizado mientras en un abrazo singular e irrepetible simulaban no escuchar el sonido de sus voces internas.

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