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Cabeza de león

  • María Beatriz Tellería
  • 23 dic 2017
  • 3 Min. de lectura

Cuento breve, seleccionado en: ANTOLOGÍA 2017 -PROGRAMA CULTURAL EN BARRIOS

Gob. de la CAiudad

Caminaba apurada, con pasos largos, sin mirar a nadie, rezongando entre dientes; resoplando cada tanto como agobiada, sin fuerzas ni ánimo para continuar así. Estaba enojada con todos, con todo, con la vida. No se perdonaba su antigua “blandura”, su casi sumisión con aquellos que amaba. Su entrega, el cuidado, su generosidad y presencia incondicional. Se sentía estafada, dañada en su credibilidad.

Y así deambulaba de su casa al trabajo y de éste a su casa, rumiando descontento, tristeza en sus ojos, soledad en el alma y esa angustia que oprimía su pecho y ahogaba la palabra sin pedir ayuda. --- “Estoy bien”, mentía; “puedo sola”.

Noble corazón desilusionado. Esperanza trunca en un futuro sin ver; corazas encarnadas cual escudos de protección y un reclamo de amor que se negaba a ser. Parecía una “niña herida” en protestas de mujer, vistiendo de ira sombría que helaba su piel. Sus brazos se adormecieron envolviendo un resentir de dolor y bronca. Cual “princesa manca” ató sus manos negando caricias e impidiéndose recibir. Era tan frío el río que circulaba en su interior, que temía no haber guardado ni una chispa del calor que alguna vez supo tener.

La noche oscura de su alma le parecía no tener fin. Ya no podía soñar, no podía sonreír. Quería contar las estrellas como hacía en su Santa Fe natal y volver a crear y volver a creer que el mañana será diferente y que es posible renacer.

El atardecer apenas se vislumbraba tímidamente en un tenue rojizo; cuando abrió desganada la puerta de su casa. Regresaba del trabajo como un día cualquiera, pero esta vez escuchó: --- Cómo te hirieron muchacha! Aplastaron tu castillo de papel. --- Dónde quedó tu pasión; dónde tus bríos, tu temple y la ternura que supiste acunar cuando pariste tu bebé?... Se sorprendió al intuir que no estaba sola; mas era ella en su mismidad. Cual caricia del alma, un susurro amoroso se desprendió de lo más profundo de su ser y como hálito de vida la invistió de compasión.

Dejó su abrigo y la cartera en el cuarto; se dirigió al baño, se lavó las manos y por fin se miró en el espejo, hacía tanto tiempo que evitaba hacerlo. Vio sus ojos celestes aún bañados de cielo, el hoyuelo en la mejilla y saludó a su niña juguetona, a la adolescente rebelde. Dibujó una mueca por sonrisa y notó que algo cambiaba. Un brillito de luz en la mirada, le despertó una sonrisa más y así siguieron otras en esa tarde distinta.

Puso música, se preparó un jugo de naranja, tarareando al descuido la melodía que atrevida zarandeaba sus caderas y así como quien va desperezándose de un aletargado ensueño, Helena fue recuperando su palpitar. Ya en el living, abrió el libro que tenía entre sus manos y al azar leyó: “La rabia que no va acompañada de la sabiduría, se nutre de sí misma y hace que una mujer tema perder el control (… ) la sabiduría permite canalizar la rabia hasta convertirla en el compromiso de provocar el cambio y la actitud necesaria para hallar el camino más idóneo”. Cerró el libro, lo apoyó sobre el sillón estampado en el cual leía junto a la ventana; miró sus manos detenidamente, acarició parte por parte, dedos, palmas, dorsos en un piadoso reconocimiento. Luego con ellas acarició su rostro y finalmente su corazón.

Caminó hacia la puerta del cuartito que dormitaba su encierro de hostil abandono. Su atelier, pequeño gran mundo poblado de tesoros; figuras y paisajes, donde la imaginación volaba y cobraba vida. Y allí la vió, se vió, se reencontró en la potente mirada verde de la cabeza de león que tanto amaba. Pintura que la emocionaba y la llenaba de orgullo.

Sonrió con picardía como quien descubre un secreto bien guardado, al recordar a Sekhmet, “diosa egipcia de la ira y de la paz; con cabeza de león y cuerpo de mujer. Su nombre significa simplemente: “la poderosa”. Helena, respiro profundo abriendo grande su pecho y comenzó a pintar.

Autora: María Beatriz Tellería


 
 
 

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